jueves, abril 04, 2013

"Así nada más"


Así nada más



Estaba exhausto, agotado, cansado y unmontón de sinónimos más que se le ocurrían para describir su estado, pero hasta pensarlo era cansino y ya no quería más. Esa pereza que creyó olvidada al entrar a trabajar comenzó a llegar de nuevo sin que alguien la hubiese llamado, alterando un poco su rutina, el estilo de vida que había escogido llevar a cabo en el momento en que escogió qué carrera sacar y por la cual se esforzó.

Su carrera no era muy pesada, según su propio punto de vista: era escritor y si bien no tenía algún esfuerzo físico, pensar mucho en cómo quedarían bien ordenadas las ideas que tenía lo agitaba mucho más que su trote matutino de todos los días antes de sentarse frente al ordenador a escribir o, más bien, ordenar todas las ideas que tenía en mente.

Ese día no había sido la excepción.


Se había levantado temprano. No supo con exactitud a qué hora, pero sí que fue antes de las diez, pues como a esa hora había vuelto a su casa luego de su trote. No había desayunado antes de salir, por eso cuando llegó fue lo primero que hizo. Mientras el agua para su café -cargado y sin azúcar- estaba lista, se dio una ducha rápida y se cambió de ropa por una mucho más cómoda –pijama a su parecer-. A veces realmente era una ventaja ser soltero y tener casa propia.

Su café lo disfrutó igual que todas las mañanas: mirando por la ventana, sintiendo como el líquido dejaba una sensación reconfortante en su garganta a cada sorbo que a éste daba. Sin darse cuenta bajó sus párpados, desde ya pensando en cómo ordenar las ideas. Parecía un disco rayado, pero era su trabajo: era lo que realmente le gustaba y apasionaba.

Cuando terminó la taza la dejó completamente abandonada en el lavaplatos. No se quiso preocupar en ese momento en lavarla: debía terminar el resumen o, más bien, la idea de su nuevo escrito que debía entregar a primera hora el lunes de la próxima semana. Estaba a viernes, pero tampoco quería dejarlo para el domingo en la noche.

A paso completamente tranquilo, suave y sin apuro, se dirigió hasta su habitación divisando con una sonrisa el living-comedor de su casa que no estaba para nada ordenado: los cojines de los sillones estaban amontonados en el suelo; la mesilla de centro tenía rastros de que vasos habían sido colocados sobre ella sin preocupación, y las sillas del comedor estaban fuera de su lugar de origen: cerca de la mesa. La noche anterior había ido su hermana con sus sobrinos.

Más tarde ordenaría.

Cuando llegó a su alcoba no fue mucha su sorpresa al darse cuenta que ésta no estaba más ordenada que el resto de casa. Río para sí mismo pues tampoco tenía ganas de ordenarla, por lo menos no ese día. Miró todo con detalle pensando que de esa forma podría obtener algún orden a sus ideas, pero la verdad esa no era su verdadero problema. Su dilema recaía en escribir algo que no fuera muy trillado, muy toqueteado, por decirle de un forma más vulgar.

Sabía que tenía buenas ideas que fácilmente podría escribir sin detenerse, pero todas ellas ya habían sido plasmadas en más de una historia y él, principalmente, se caracterizaba por escribir cosas novedosas. No quería decepcionar a sus lectores con algo tan común y corriente como esa historia de amor que se leía en cada nuevo libro con el que debutaba un nuevo escritor.

No los desmerecía, para nada, pues él mismo había comenzado de esa forma: escribiendo romance, pero no cualquiera. Era ese romance cómico que sólo se veía en las películas. Ese romance con un poco de terror que hace que cualquiera tema siquiera de fijarse en los demás temiendo, obviamente, que le suceda lo mismo que al protagonista de la novela. O bueno, eso decían las críticas sobre sus libros.

Era por eso que no quería simplemente escribir. Quería esforzarme un poco más, estar toda la noche si era necesario para plasmar una buena idea y explayarse como bien sabía hacerlo.

Y por eso estaba ahí, tirado en su cama mirando al techo cómo si fuera la cosa más interesante en toda su habitación. Sabía que tenía un radio, un televisor, un reproductor con música que le relajaba que bien podían estar funcionando para distraerle un poco, pero estaba agotado. Sólo quería pensar el qué podría ser interesante para un lector. Qué podría ser interesante para su hermana, sus sobrinos, hasta para sus mismos vecinos que no tenían idea que él era un escritor.

Tampoco no era cosa de salir, tocar puertas y preguntar: “¿Qué es una novela interesante para ti?” cuando nunca antes había cruzado palabras con ellos, ni siquiera cuando había llegado a vivir ahí hace una semana. No sabía sus gustos. No sabía si el hombre peludo de al frente era fanático del fútbol o del cine de terror. Tampoco sabía si la señora de al lado, que tenía un perro pequeño y chillón que no se callaba nunca, era aficionada al maquillaje o a los animales. No conocía nada de sus vecinos ¡Nada!... Bien, sí sabía algo, las formas físicas, pero ¿no nos conocemos acaso todos de forma física?

Estaba cansado, sentía que su cabeza explotaría en cualquier momento. No quería seguir pensando, pero ¿y qué más iba a ser? Tenía ideas para escribir, los personajes, qué pasaría cada uno de ellos e incluso ya tenía el final pensado, pero sabía que eso no le gustaría a sus lectores. Ni siquiera a él le estaba gustando. 

¿Qué iba a escribir, entonces? ¿Su vida cotidiana? ¿Describir su trote matutino, las salidas con su familia, cambiando el nombre al personaje para que nadie sospechara que era él? ¿Escribir la vida de un escritor… con su propia vida? No sonaba nada mal.

Sin estar completamente convencido comenzó a escribir la reseña que tendría que mandar el lunes por la mañana antes de las doce del día. Sabía que tal vez no resultaría, pero ¿a todos los escritores la bien en su carrera? Si al editor no le gustaba le diría sin pelos en la lengua que no continuara escribiendo, porque tendría que cambiar completamente la idea. Eso, en el peor de los casos. Y en el mejor, incluso se llevaría felicitaciones y, obviamente, el impulso a seguir escribiendo.

Cuando terminó de escribir la reseña, fue inevitable no reírse pues en serio era leer su propia vida. El punto a favor que tenía era simple: podría describir, sin llevar a cabo, los sentimientos, sensaciones y demás cosas que implicaba relatar una historia en tercera persona que sólo se fijaba en el punto de vista del protagonista, sin describir lo que sentían los demás personajes, sólo Jorge el personaje que había creado, sólo él. Pero con algunos cambios en personalidad. No quería que el día de mañana sí alguien lo notaba supiera cómo era él realmente. No lo había permitido con su familia, no lo iba a permitir con sus lectores.

Volvió a releer lo que había escrito: cada vez se estaba convenciendo más. Pero obviamente no se iba a quedar con sólo una idea, así no era él.

Suspiró completamente agotado, para luego mirar por la ventana: estaba oscuro. No supo cuánto tiempo estuvo pensando para llegar a esa idea, pero sabía que no se iba a arrepentir, porque era su vida y en muchas ocasiones era bastante divertida.

Y eso… definitivamente lo relataría. 

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